Julio César Gálvez.
Una isla perdida en el mar.
La algarabía es enorme. Los pitos, cornetas y cláxones de los carros se escucha desde la distancia. Unos gritan, otros saltan, muchos se bañan con cerveza, otros con champán, los más poderosos brindan y se lo beben, mientras se felicitan por el triunfo alcanzado. Realmente es un hito en la historia. España se ha convertido en el único país que alcanza tres títulos consecutivos en el futbol. La triple corona. Motivos más que suficientes para estar contentos. Son instantes únicos e irrepetibles, que no porque la situación económica europea sea difícil, deba uno perderse o desdeñar.
¿ Pero cuántos saben del sacrificio en pos de la victoria ?
Mientras atletas, entrenadores, dirigentes, funcionarios y público en general se abrazan o dan la mano, se felicitan, ríen a todo pulmón y tienen elogios para quienes hicieron posible el triunfo, pocos son los que reconocen el esfuerzo del vencido y de las horas, las múltiples horas, días, semanas y hasta meses de duro bregar y sudar a mares para tratar de obtener el triunfo de quienes no lo alcanzaron.
Solo los atletas conocen de los dolores musculares, los contratiempos, impedimentos y angustias sufridos durante los intensos entrenamientos de hasta cuatro horas, dos veces al día, para tratar de alcanzar la forma óptima y el mejor estado volitivo para el momento de la competencia. No importa la disciplina deportiva en que compitas. Poca es la diferencia entre uno y otro deporte. Todos exigen denodado esfuerzo, férrea disciplina y completa dedicación para alzarse con la victoria. De la machacona reiteración de entrenadores y preparadores físicos a la hora de la diaria tarea, en no pocas ocasiones en contra de los más elementales criterios del buen entendimiento con los atletas, en busca del mejor resultado deportivo.
Todos están atentos del que sube a lo más alto del podio. Los aficionados, los fotógrafos, las cámaras de la televisión, la implacable prensa radial y escrita, los que han seguido el partido en vivo en el estadio sin poderse contener en los asientos, los que apostaron a favor del vencedor. Son momentos sin razonamientos, es el instante de sacar hacia afuera toda la alegría y el ansia reprimida que estalla para convertirse en euforia por el triunfo alcanzado. Pero también debe ser el momento de estrechar la mano de nuestro oponente, de nuestro contrincante. Reconocer que todos, vencedores y vencidos han brindado lo mejor de si para el disfrute pleno y la satisfacción de los miles, cientos de miles, millones de fanáticos en todo el mundo.
Es la hora de la celebración, del momentáneo merecido descanso del futbolista, del boxeador, del corredor de fondo, del nadador o del remero, del jugador de beisbol o la grácil y bella gimnasta. Es el momento supremo al que todo atleta aspira y sueña: la gloria. El reconocimiento del esfuerzo realizado y el triunfo obtenido. Pero es también el momento supremo de la hermandad entre todos los que han hecho posible el brillo y destaque del espectáculo deportivo. Es el instante en que debemos reflexionar sobre el valor de una medalla.