San Juan y San Pedro: recuerdos que están vivos

Esteban Domínguez

Nos acercamos a las festividades de San Juan y San Pedro, célebres ambas en este municipio, la primera de ellas, es cuando antes más que ahora, muchas gentes subían las vueltas de Tigaiga para acudir a la Cruz de la Corona. Alli la fiesta se prodigaba por aquel largo llano con olor a orégano. Mientras que los parranderos que eran muchos, y que acudian desde distintos puntos de municipio, hacían noche la víspera de San Juan. Alli no faltaba de nada, el pescado, las papas, la carne y el buen vino eran las mejores  viandas mientras se esperaba que amaneciera el día.

Despues de una noche divertida y compartida, la parranda, se volvía a poner a punto, mientras se esperaba que llegara el momento de la celebración de la Santa Misa.

 Bajo el templete, la Cruz extiende sus brazos como queriendo abrazar a todos aquellos que llegan a sus pies, bien adornada de flores y sobre sus brazos al sudario que alguien bordó, y regaló por una promesa hecha.

 Despues de la celebración religiosa, la juerga continuaba, era el Dia de san Juan, aunque la imagen del Bautista no estuviera allí, la tradición se ceñía en acudir a la Cruz de la Corona, estar toda la noche en vela y disfrutar del jolgorio que la fiesta ofrecía.

Tiene sin embargo una hermosa leyenda la Cruz de la Corona y quienes fueron sus fundadores. Ella se recoge en un libro titulado "Los Realejos, por la senda de la historia más reciente" trabajo escrito por don Vicente Siverio (q.e.p,d.) y que publicó en el periódico EL DIA con el seudónimo REALE. En ese hermoso trabajo el Sr. Siverio nos da toda clase de información sobre la Cruz, la construcción del templete, el accidente ocurrido y la promesa de aquel grupo de cazadores que por aquellos lugares acudian en busca del conejo salvaje.

En la actualidad, la fiesta de la Cruz de la Corona, es una tradición con sus altos y sus bajos, pero que se mantiene y allí en el día de San Juan, son muchas las personas que a este emblemático mirador acuden, a rendir sus plegarias al santo Madero, vigilante testigo del acontecer diario del Valle.

Recordando aquellas fiestas de San Pedro

Y como dice la copla popular:"dia de San Juan al monte/, dia de San Pedro al mar/, día de San Nicolás/, por coles a Tacoronte". San Pedro era unas de las fiestas más cercanas a la festividad del Carmen. Fiesta que reunía en su pequeño entorno, y mirando siempre a Rambla de Castro, antes más verde y llamativa, ya no sólo por sus plataneras, sino además por las centenarias palmeras, que como abanicos daban color y contrastaban con el mar y sus aguas color turquesa.

Las Fiestas de San Pedro, antes fiesta de guardar, y hoy disipadas por la clase política, reunía muchas gentes que despues de oír misa, se trasladaban a la cercana playa del Socorro.

Era curioso ver bajar del Realejo Bajo y los cercanos lugares como Tigaiga, Barroso, la Azadilla, o el Lomito Vaso, etc. a muchas mujeres con las cestas de la comida a la cabeza. Justo por fuera de la puerta de la antigua ermita, las cestas descansaban y aquellas mujeres entraban en la misma para orar ante el santo. Otros esperaban la hora de la función religiosa y luego bajaban hacia la playa. Era una época en la cual la playa de Socorro, se llenaba de gentes, arriba, en las viejas veredas de tierra, muy cerca de la ermita, las proveedoras de la comisión de fiestas se encargaban de limpiar el camino por donde transcurría la procesión que era acompañada por la Banda de música "La Filarmónica" y el clero parroquial, junto a los devotos.

En la puerta de la ermita no podía faltar el tradicional arco de frutas, que aún se sigue confeccionando, dado que aquellos lugares y fincas adyacentes, sus dueños regalaban sus mejores frutos, hasta tal punto que el arco de San Pedro, y su procesión del mediodía, tuvo cabida en algún medio de difusión nacional, información facilitada por los herederos de la finca del Cuchillo, pues llamaba mucho la atención la confección de los cestos de frutas y el colorido de los mismos.

Abajo en la playa, las familias se reunían, y preparaban sus casetas para prevenirse del sol con cañas y sábanas blancas. En el callao, los fogales  que así lo llamaban nuestros mayores, con leña dispuesta, servían no sólo para cocinar las papas, sido además para asar la carne y guisar el pescado, mientras el vino se guardaba en la cueva por donde transcurría un chorro de agua permanente que aún se mantiene y que allí se refrescaba  para evitar que el  calor lo calentara. Pero tambien en ese día no faltaban las piñas de millo que se cocinaban con las papas troqueladas las  y costillas de cochino. Era una costumbre de quieres pasaban ese día desde muy temprano y que por una vieja vereda, que partía desde el Tope, pasaba junto a la ermita  de la Virgen del Socorro, hoy propiedad de Doña Ana María Gutiérrez de Salamanca y Osuna, hasta llegar al callao.

En otros tiempos que yo no recuerdo, San Pedro llegó a bajar en procesión hasta la misma arena de la playa, y creo recordar que existen fotografías que dan testimonio de lo que aquí apuntamos.

Despues de una jornada agradable, entre la arena el sol y el agua del mar, toda aquella concurrencia de gentes, ya al caer el sol, acudian a sus domicilios, pero antes, y una vez más, pasaban por la ermita de San Pedro. Allí oraban, le pedían protección al santo y continuaban su camino cuesta arriba.

Abajo la mar tendida, y al trineo de las aves del cielo la tarde-noche daba lugar a que los pájaros durmieran en las cimas de las altivas palmeras, mientras el astro rey rendía sus rayos enterrándose en el horizonte. Esplendida estampa, vista a los pies de la ermita, bajo la oscura silueta de aquella pequeña espadaña que portaba una campana, que sólo sonaba en el día grande de la festividad de San Pedro.

Pero también la Virgen del Socorro bajó a la playa con motivo de sus fiestas de septiembre, por una vereda que se acondicionaba para esta ocasión. La imagen de la Virgen era trasportada a hombros por los trabajadores de la finca del mismo nombre, y una vez en la playa, era colocada sobre una piedra de grandes dimensiones, popularmente conocida como piedra de "la tembladera" allí permanecía la imagen hasta que el orador sagrado pronunciara el sermón en su honor ante la concurrencia de gentes que acudian a este lugar. Luego la Virgen volvía a subir aquella minúscula vereda y entraba en su ermita bajo el clamor de los presentes y las lluvias de cohetes en su honor.

Esta tradición se perdió en el tiempo, pero hace unos años, la actual dueña de la finca ya mencionada que también da nombre a la popular playa, tomó la buena idea de celebrar el día de la Virgen, abrir las puertas de la ermita, y celebrar en ella los santos oficios religiosos a los que acuden todas aquellas personas piadosas y los que van  a la playa, organizándose actos festivos y populares, comidas y demás eventos en dicha playa.

Son estas unas tradiciones de las muchas que ha tenido  este municipio.  El paso del tiempo las detuvo, y nuevamente renacer con más fuerza y rigor.

Las de San Pedro también tuvieron un prolongado descanso, ya que su ermita con el paso de los siglos se fue deteriorando, tras su restauración de la que les prometo hablar en otra ocasión, se restablecieron de nuevo sus fiestas, aunque no con la fuerza de que esta festividad que era fiesta litúrgica de guardar. Hoy la festividad de San Pedro no entra como día festivo, y posiblemente a ser dia laborable, se le ha restado importancia, aunque sus fieles devotos nunca fallan y gozan de los actos religiosos, su procesión y sus fuegos artificiales.