Julio César Gálvez.
Una isla perdida en el mar.
Una rápida mirada a los medios informativos de todo el mundo, nos dice que los temas más destacados del día son los mismos de ayer y de hace una semana. Pocos son los que resaltan la celebración del Día Mundial del Refugiado, uno de los más acuciantes problemas actuales, al igual que la crisis del agua – algo vital para la vida --, y la financiera, con gran destaque sobre Grecia, Italia, y muy especialmente España.
Las nubes del destierro tienen un doble dolor. Estar en la tierra de tus ancestros a merced “del sálvese quien pueda”, laceran las heridas, ante la obligación de salir de la Patria oprimida y sojuzgada desde hace más de cincuenta años.
No lo puedo evitar, siempre la tengo presente en mi pensamiento. Asoma en cada flor que veo en medio del camino y resuena en cada trino que brota en los verdes parajes que me rodean, cuyos aromas me traen a la memoria el conuco, donde sudaba la camisa de sol a sol, mi difunto abuelo gallego. Me imagino, sentado en el muro del malecón de La Habana, contemplando el mar, mientras las olas rompen furiosas contra los arrecifes, y el azul turquí que delinea el horizonte, allá, a lo lejos, se difumina y me siento nadando en medio del gran océano como un tritón mitológico de las inmensas profundidades. Sueños trasnochados ante la lejanía.
Acá se extraña, desde lo más profundo del corazón todo a lo que estamos acostumbrados y habituados. Los buenos días del vecino cómplice con tus ideas, que te espera con ansías a la puerta de su casa mientras te pone al tanto de los últimos acontecimientos del momento, y ese buchito mañanero, mitad chícharo mitad café, acabado de colar, brindado con complaciente amor por Micaela, la negra santera de los altos, quien te confiesa a todo pulmón: ¡Eto etá malo mi güijo ¡Son cosas que algún día podré descifrar. ¡Cuanto desearía disipar las tinieblas que me envuelven y poder transformarlas en un manantial de luz que brota en el firmamento ¡
El viaje hasta llegar aquí fue algo interminable. No había otra opción. Pensé que se quedaba la mitad de mi vida cuando vi que se perdía la larga figura de tierra firme definitivamente. Miraba a través de la ventanilla del avión y solo veía un cielo que no era cielo. De hecho no era el mismo azul del cielo que yo conozco, había algo raro en el, incluso hasta en la luz de las estrellas. Algo que nunca antes había contemplado. No los conocía, todo me era ajeno. Pero a pesar de todo, no sé, pero encontraba una similitud entre nuestro mundo, el que dejaba atrás y este donde me encontraba, sentado en un avión que volaba hacía lo desconocido. Hoy reconozco que fue mi primer sentimiento como desterrado. Algo que es complejo, difícil y traumático poder sacar desde lo más profundo de nuestro ser interior y que significa una experiencia inolvidable.
Al llegar nos alojaron en el Hostal Welcome – nombre divorciado de la realidad – donde compartimos el almuerzo y parte de nuestras vidas, después de más de siete años de obligada separación, con la familia, nuestros hermanos de lucha, antes de seguir desandando el camino que nos trazaron al llegar.
Acá siempre hay muchas cosas de que hablar, que contar. Anécdotas de hechos reales, vividos por uno mismo o por cualquiera de los que nos vimos obligados a convivir, enclaustrados entre rejas, el día a día de nuestra injusta condena, sus horrores y miserias, donde conocimos los temblores del espíritu y el sudor helado y pegajoso de la cercana muerte. En la cárcel los hombres se tornan duros, inconmovibles, insensibles. Los duros rigores de la prisión afectan a los seres humanos que solo piensan en si mismo en primer lugar. Nunca imaginé que fuera así. Ser un refugiado es mucho peor. Solo tiene la ventaja que no estás detrás de las rejas y convives con tu familia los nuevos avatares que la vida te impone.
Pero nos sobrepusimos a todo eso y mucho más, sobre todo a los fallidos intentos del régimen que desgobierna a nuestra Patria por tratar de doblegar nuestra dignidad y nuestras ideas. Creo que fueron pocos los que en un momento dado no echó su rezo a las alturas por salir ileso de esta prueba para continuar nuestra lucha por la democracia y el respeto a la dignidad humana...
Solidaridad es una palabra que resuena insistentemente en los últimos tiempos en boca de muchas personas que se pasean por las calles de este mundo. Algo necesario e imprescindible en la vida de todo refugiado, no importan las causas que lo llevaron al destierro. Pero es algo más que una simple palabra o una mano tendida como saludo. Es el poder compartir ideas, criterios y hasta un pedazo de pan viejo con otro ser humano. De carne y hueso, colérico o gruñón, afable o dialogador, con sus virtudes y defectos como todo mortal. Es que te permitan sentirte renovado como ser humano, como persona, saber que estas vivo y formas parte de este mundo. Esas son las múltiples muestras brindadas por el pueblo español, especialmente por los madrileños, o por la mano amiga de algún compatriota cubano desde cualquier parte del mundo, en todo momento, desde nuestro arribo a Madrid. Gracias a muchos de ellos es que mi familia tiene algo con que vestirnos y calzarnos. Llegamos sin nada y tenemos mucho. Hemos ganado amigos verdaderos y hemos aprendido algo nuevo cada día de la naturaleza humana.
El ejercicio de la democracia es un deber que no todos los seres humanos saben cumplimentar a cabalidad. Es una obligación que todos los gobiernos incumplen y que cuando me acerco a los dos años de destierro en suelo español, podemos asegurar que acá muchas cosas fallan también. Estamos aprendiendo a vivir en libertad y democracia. Es necesario interiorizarlo para poder ponerlo en práctica en nuestra vida actual y futura. Forma parte del “manual de aprendizaje” que todo refugiado tiene que aprender y que se transmite oralmente de uno a otro, no importa su nacionalidad.
Solo aspiro a rehacer mi vida mientras trato de insertarme en la sociedad para aportar al bien de los demás, pero para eso es necesario tener estabilidad, un lugar donde residir y que se cumpla lo prometido con los prisioneros de conciencia cubanos actualmente en suelo español. Una cuenta moral aún pendiente de pagar por quienes se beneficiaron de nuestro destierro. Tiempo al tiempo. Nadie se va de este mundo sin saldar las deudas que tiene por liquidar. Por lo pronto este 20 de junio, Día Mundial de los Refugiados, aunque sean pocos los que se acuerden de quienes nos hemos visto obligados a marchar hacia otros lares, respiro, tengo para contar mi experiencia como desterrado político en España y dar gracias por los sueños y la vida.