Aquellas fiestas de San Sebastián de los años 1955 a los 60 en adelante.
E. Domínguez y J. Peraza
Dicen que recordar es despertar la mente para evita que se nos duerma en el tiempo, y nada mejor que estas fechas de los primeros meses del año, para hacer memoria de aquellas fiestas que duraban solo tres días, pero que congregaba a muchos forasteros y familiares en horno a ellas.
Me quiero referir a las Fiestas de San Sebastián, que junto a la Hacienda de Los Príncipes, allí se celebraban en su pequeña ermita. Tobo estas fiestas, un largo paréntesis, pues estuvieron casi dos décadas, sin celebrarse.
La imagen primitiva que allí, se veneraba, se la llevó un párroco que estuvo temporalmente en la parroquia de la Concepción, a la parroquia de Santa Catalina de Tacoronte, y según don Guillermo Camacho, esa imagen está en dicha ciudad, sin que nadie la reclamara. Y es que antes los curas, al parecer trasladaban las imágenes de un lugar a otro sin que nada pasara, y allí, se quedaban largo tiempo sin la menor importancia.
Rescatar hoy en día esta talla, daría lugar a muchas confrontaciones posiblemente, y por tanto, no será nada fácil de logar.
La imagen que hoy preside la ermita realejera de San Sebastián, según señalaba don Guillermo Camacho se encontraba en la casa de la Hacienda de los Príncipes, y fue colocada en la Ermita del mismo nombre, junto al camino que nos conducía al barrio de Tigaiga.
De sus fiestas don Guillermo Camacho mencionaba que servían para reunirse en sus entornos Calle del Molino, El Medio de Abajo, y la de La Iglesia, (hoy conocida como Ángeles Martín), trayecto que recorre dicha imagen el domingo de sus fiestas, y una vez concluida la función religiosa del medio día.
Por la noche, el domingo de ese mismo día, siendo párroco de La Concepción, don Ramón Padilla Brito, la Imagen es trasladada en procesión a la cercana Barriada de Barroso, transcurriendo por las calles Juan XXIII y regreso por la de Barroso para cumplir junto a su ermita donde recibe como homenaje una muestra de fuegos artificiales a cargo de los Hermanos Toste, ya que los antepasados Toste Díaz tenían su domicilio en la calle del Molino, y eran “protectores” familiares de la sagrada imagen.
Sus Fiestas y aquellos ventorrillos.
En principio no queremos entrar en detalles concretos sobre la fundación de la Ermita, ni de sus fiestas para evitar críticas inoportunas o herrones que puedan confundir al lector. Dicho todo esto, como niños, las fiestas de San Sebastián, nos atraían, en especial los bazares que con el fin de recaudar fondos se colocaban al subir la ya citada calle del Molino.
Era curioso acudir a ellos porque por un real y 50 céntimos te podía tocar, una taza, un plato, o quizás un escupidor para la cocinilla de petróleo, o un menester para el compuesto de garbanzos.
En los ventorrillos no faltaba en buen vino y la carne de cerdo, platos tradicionales en las fiestas de cada pueblo que ayudaban en pleno mes de enero, a sacudir el frió reinante.
Las parrandas animaban aquellas primeras fiestas, pues si bien se le daba preferencia a las fiestas de San Vicente por aquello del voto, y haber acabado con su intercepción ante Dios de aquella epidemia, una semana después, en el Realejo Bajo se veneraba a San Sebastián, como ya hemos señalado, dentro del casco del entonces Realejo Bajo como municipio.
Y con el paso de los años, no todo perdura en el tiempo. También a las fiestas de San Sebastián le llegó el momento de detenerlas, y fueron muchos los años que se dejaron de celebrar, pero llegado los años 70-80, las fiestas vuelven, gracias a un grupo de amigos, y siguen celebrándose con ilusión. Tuvo además que pasar esta ermita por una bien acertada restauración de su techumbre, que se logró el esfuerzo de estos hombres y el vecindario.
Lo mismo ocurrió con la imagen a la que el padre Siverio logró restaurar en La Laguna, y que don Guillermo calificó, como un trabajo bien logrado por el canónigo realejero, quién cada miércoles y tras su jubilación, celebra en dicha ermita los Santos Oficios.
Mucho ha mejorado este pequeño templo en los últimos años, y vemos como la esperanza de sus devotos y la fe puesta en el Santo Mártir, hace posible que San Sebastián al igual que en épocas pretéritas, tenga sus merecidas solemnidades y el vecindario se reúna cada año a celebrar y a recordar tantas generaciones que le veneraron.
Como ejemplo y para concluir, esta Ermita fue construida con la ayuda de los vecinos de Icod el Alto, quienes donaron la madera para la techumbre. De Tigaiga se trajo la piedra para sus paredes, tirada por yuntas de bueyes en sus carretas, y las manos generosas de aquellos hombres del lejano siglo XVIII hicieron lo posible para que el pequeño templo, se convirtiera en la morada santa del glorioso San Sebastián. Todo supervisado por el administrador de la Hacienda de Los Príncipes, don Alejando de Orea, quién va dando cuanta al Conde.
Su Señor del estado de aquellas obras, puesto que fueron los administradores de aquel entonces, quienes donaron los terrenos. Desde entonces y finalizados los trabajos, y bendecida la ermita, San Sebastián ya tiene aquí, en este lugar del Realejo Bajo su templo y altar.